La dolarización laboral en Venezuela

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En Venezuela las tarifas laborales de ciertos trabajadores se han dolarizado, a pesar de que este país tiene el salario mínimo más bajo de toda América Latina, apenas Bs. 5.196.000, el equivalente a 1,4 dólares americanos en el mercado paralelo o a un paquete de harina PAN y medio kilo de margarina Mavesa.

Es el caso de las tarifas de la mano de obra y los costos para el mantenimiento y reparación de equipos electrodomésticos, vehículos, viviendas y objetos personales, que sobrepasa las posibilidades de la mayoría de los venezolanos, porque las piezas que se requieren para realizar los arreglos son importadas debido al declive de la industria nacional y la mano de obra calificada es escasa y cara.

Es verdad que el fenómeno de la hiperinflación en Venezuela que ya se ubica en más de 20,000% y algunos economistas calculan que sobrepasará el 100,000 %, ha pulverizado el ingreso real de los venezolanos. El salario que devenga el venezolano promedio no alcanza para comprar casi nada, porque la cesta básica en junio sobrepasó los 378 millones de bolívares, según el Cendas FVM.

Por ejemplo, el salario de los docentes en todos los niveles, los médicos y las enfermeras, técnicos y obreros y el funcionariado público en general, no pasa de 5 dólares mensuales. Excepto el de los militares cuyo salario en los niveles altos oscila entre Bs. 240 y 500 millones (80 – 135 dólares), que por ser el sostén del régimen socialista son privilegiados.

Esta situación ha conllevado a miles de venezolanos a emigrar, para poder sostener a sus respectivas familias que quedan en Venezuela. Se calcula que ya para el mes de julio unos 5 millones han emigrado a todos los continentes, con particular preferencia a los países suramericanos por las facilidades del idioma y requisitos de ingreso.

Quienes quedan en Venezuela, dependen de las remesas de 50 o 10 dólares mensuales que envían sus familiares desde el exterior. Otro porcentaje importante de la población intenta sobrevivir revendiendo productos de la cesta básica que se consiguen después de las humillantes colas de varias horas a sol y agua en algunos supermercados. El contrabando de gasolina hacia Colombia y el Caribe, es otra forma de sostenerse económicamente en los estados Táchira y Zulia y algunas poblaciones costeras.

Los reclamos por los bajos salarios en Venezuela son permanentes. En las universidades y hospitales, entre otros organismos públicos, ocurren casi a diario. Ministerios, gobernaciones y alcaldías e institutos autónomos se están quedando sin empleados para trabajar. Son edificios desiertos con gente famélica, triste o muy estresada y molesta.

La deserción de funcionarios públicos por abandono del cargo o renuncia, incluso está afectando peligrosamente a empresas otrora emblemáticas, como PDVSA, Corpoelec (Cadafe), CANTV, SIDOR, etc. al punto que sus actividades y producción han caído a niveles históricos. Esto augura una crisis aun mayor que puede paralizar al país por completo debido a escasez de gasolina, baja generación y distribución de energía eléctrica y merma sustancial de ingresos en  divisas.

Sin embargo, un grupo más pequeño de trabajadores venezolanos, entre los que figuran técnicos (electricistas, electrónicos), albañiles, mecánicos, taxistas, carpinteros, plomeros, pintores, etc., decidió dolarizar sus ingresos a ritmo con la hiperinflación escalando aún más el alto costo de la vida. Desde arreglar una lavadora, un televisor o un teléfono móvil hasta hacer un simple cambio del sócates de una lámpara, puede costar el equivalente a 5, 10 o 20 y más salarios mínimos en cuestión de minutos o un par de horas.

Algunos oficios realizados por trabajadores independientes se están cobrando a precios internacionales. Una hora de trabajo de un electricista o un técnico de computación algunas veces no es nunca inferior a 4 u 8 dólares al cambio paralelo, en un país que si bien sufre de hiperinflación no está en capacidad de pagar semejantes salarios, que se calculan al “ojo por ciento”.

Hay una distorsión extrema del mercado laboral como consecuencia del fenómeno hiperinflacionario, pero que no tiene justificación en términos de tiempo y complejidad. Como tampoco la tiene el precio de algunos productos en el mercado, elaborados con mano de obra barata nacional y con muy pocos o ningún componente extranjero (queso, huevos, leche, pescado, carne, pollo, hortalizas, jamón, etc.

Muchos no entienden por qué unos trabajadores vitales para el funcionamiento y desarrollo de un país como médicos y enfermeros, o educadores y técnicos al servicio del estado, devengan salarios miserables inferiores a 10 dólares mensuales, mientras otros “pretenden sacarle a un solo cliente todo el costo de lo que necesita comprar”, que si bien son importantes, no requieren el grado de preparación y estudio de los primeros.

Los técnicos que cobran caro por sus servicios argumentan que la comida y el transporte son muy costosos también y que no están cobrando por tiempo de trabajo sino por su conocimiento. El caso es cada vez queda menos mano de obra técnica y obrera en el país para realizar trabajos de mantenimiento, lo cual contribuye a encarecer estos servicios, pues la diáspora sigue en aumento y de no haber un cambio rápido de gobierno o al menos de sus políticas económicas, el país se hundirá más.

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