La verdad como oficio

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A propósito del Día del Periodista venezolano, rendimos homenaje a quienes en Venezuela y en cualquier lugar del mundo, aún se atreven a escribir, preguntar y resistir y a quienes por hacerlo sufren cárcel o están en el exilio.

Dicen que el periodismo puede ser uno de los oficios más peligrosos del mundo… y también el más necesario.

Cuando estudiábamos periodismo eso de que escribir la verdad podía costarnos la libertad sonaba a historia. Hoy sabemos de primera mano que hay países en los que ser periodista no solo es incómodo: es peligroso. Porque cada palabra dicha o publicada puede ser leída como una ofensa por quienes consideran la verdad una amenaza.

Este 27 de junio, Día del Periodista venezolano, más que una celebración, es propicio rendir un homenaje a quienes se atreven. A quienes desde la trinchera de su ética profesional escriben pensando en cuándo seré yo el próximo. A quienes reportan aunque les  tiemble la voz… e investigan en silencio y con temor, conscientes de que esa noche probablemente no podrán dormir tranquilos.

Ser periodista bajo la sombra de la represión no es simplemente una profesión: es realmente un acto de fe, lo cual nos conduce a la siguiente pregunta: ¿entonces por qué lo hacemos?

Estamos claros de que informar no es solo comunicar. Es un deber, una brújula moral que nos guía. Es esa necesidad de contar historias ciertas, de apoyar a la gente en sus demandas facilitándoles un medio de expresión para que sean escuchados.

En contextos en los que el poder silencia, miente o manipula, el periodismo independiente se convierte en la única herramienta que permite esas tres cosas que en los regímenes de fuerza se diluyen: la confianza, la memoria y la libertad.

Ya lo decía sin rodeos el célebre filósofo y periodista Albert Camus:

“La prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, nunca será otra cosa que mala.”

Porque en dictadura, la libertad se defiende desde la palabra hablada o escrita y esta a su vez desde la conciencia.

Por cierto, los regímenes autoritarios no siempre necesitan encarcelar a los periodistas para acallarlos. Algunas veces, basta con sembrar miedo porque este trae consigo la autocensura, esa permanente corrección “preventiva” a nuestra labor.

Censurarse es tomar la decisión lamentable y repugnante de no publicar nada. Es ese artículo que queda a medio camino entre tachones y omisiones. Es la fuente que de tanto protegerse termina silenciándose por completo y, en el peor de los casos, convirtiéndose en aplaudidor.

Es el titular que se suaviza para evitar llamados de atención del jefe. Algo sin duda peor que la censura, porque viene desde adentro. En cuyo caso es mucho más honesto dedicarse a escribir o abordar temas menos controversiales o, definitivamente, hacer otra cosa.

Porque el oficio del periodista es incompatible con el equilibrismo –que no el equilibrio informativo-.  Creer que hacemos periodismo intentando complacer a todo el mundo no solo es un engaño, es una práctica que dista del periodismo serio y honesto.

Es más bien un completo desastre, como decía el veterano periodista estadounidense Herbert Bayard Swope:

“No puedo darte una fórmula para el éxito, pero sí una para el fracaso: tratar de agradar a todos.”

Intentar agradar para ser lisonjeado desde el poder equivale a traicionar el oficio. La ética periodística no es otra cosa que decir la verdad y admitir cuando nos equivocamos, ese es el mandamiento irrenunciable de todo periodista.

Los principios éticos no se editan, no se borran, y mucho menos se negocian. Porque son la piedra angular que nos sostiene y que da soporte y credibilidad a nuestra labor, tal como lo advierte la periodista filipina Maria Ressa:

“Sin hechos no hay verdad. Sin verdad no hay confianza. Y sin confianza no puede haber democracia.”

Pero tampoco lectores, ni escuchas, ni audiencias. La gente confía en los periodistas porque, a diferencia de otros comunicadores, se supone que estamos formados y obligados a decir la verdad. No entraremos aquí en consideraciones semánticas sobre la verdad en estos tiempos de posverdad.

De modo que nuestra tarea no es solo informar sobre tal o cual hecho, sino proteger la verdad. Debemos custodiarla como un tesoro y defenderla, incluso, cuando muchas veces implique sacrificios.

Hoy, debemos prometernos ser solidarios entre nosotros. Eso significa prestar ayuda a los colegas en dificultades de cualquier tipo, no dejarlos solos. Debemos compartir fuentes de información, defendernos entre sí y ofrecer comentarios útiles sobre nuestro trabajo.

Es obligante releer siempre el Código de Ética del Periodista Venezolano, para que no se nos olvide que nos debemos al pueblo. Debemos siempre tener presente que la verdad no admite descuentos ni rebajas. Porque siempre, por una razón u otra, el peligro de venderse al poder acecha.

Por último, y no menos importante, debemos prometernos resistir. Esto no significa gritar sino avanzar siempre, aunque sea con pequeños logros. Es seguir hablando y escribiendo para relatar el día a día.

Es hacer la próxima entrevista conscientes de que nuestras palabras tienen significado y afectan para bien o para mal a nuestro público. Es corregir un borrador y aportar valor a quienes nos siguen. Es también publicar la historia que incomoda de forma inteligente para minimizar el riesgo.

Al final del día, la libertad de expresión no se defiende con palabras altisonantes ni desafíos temerarios a quienes tienen el poder de aplastarnos. Se defiende cotidianamente en cada nota que firmamos con dignidad.

¿Y dónde queda el miedo? La verdad es que todos lo tenemos, todos lo sentimos; de otra manera estaríamos celebrando el Día de la Libertad de Expresión también. Todos, bueno no todos, enfrentamos muchas veces el mismo dilema: ¿seguir o colgar los guantes? Pero sabemos que rendirse no es el camino.

Jamás debemos permitir que el miedo nos acorrale y sofoque nuestra consciencia, al punto de desalentar nuestras iniciativas. Debemos seguir haciendo lo que hacemos bien, con la certeza de que lo hacemos con nobleza y con la esperanza de que quien nos escucha o lee, también se atreverá a decir la verdad.

Así que: ¡Feliz Día colegas!

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