En tiempos de regímenes, autocráticos, es decir, en dictadura, incluyendo las llamadas “neo”, la palabra que se pone de moda es: exilio. Un exilio no es más que la respuesta a la persecución política, y las dictaduras obviamente, suponen acoso y atentado contra los derechos humanos, sin embargo, todavía quedan creyentes de alguna religión política que aseguran que existen dictaduras buenas y malas, que la buena es la dictadura del proletariado, y en nombre de ese concepto lanzan y apoyan líderes populacheros que abusen de ese proletariado y se atornillen hasta que la muerte los separe del poder y respecto a eso, se han escrito millones de tesis en cualquier parte del mundo, pero de lo que no se habla es de la otra cara del exilio: el insilio.
Esta cara ha estado tan invisibilizada que su significado ni siquiera se consigue en el DRAE, sin embargo, hay quienes la han explicado a través de la literatura como el poeta Ricardo Ramírez Requena en Venezuela, quien en su obra Maneras de irse, describe perfectamente, ese estado de enajenación que experimentan los ciudadanos que se quedan. Algunos lo hacen por miedo a salir de su zona de confort, más vale malo conocido que bueno por conocer, otros; porque no tienen dinero para comprar un boleto hacia el exterior y una gran parte, porque sus lazos afectivos se lo impiden. En fin, cada quien construye su propio muro de Berlín para quedarse de este lado: papá, mamá, hermanos, amigos, un trabajo de toda la vida, las mascotas, la urbanización, el barrio, las arepas. Son muchas las razones para salir corriendo, y también son muchas para quedarse.
Pero el insilio no es un estado anímico que viene de gratis. Es un encierro psicológico que lo crea el propio orden político y por supuesto económico, porque ese mismo sistema comienza a cerrar las puertas y a cercenar las libertades individuales de los ciudadanos. Y así, comenzamos por la lista Tascón: no tienes derecho al trabajo si firmaste. La hegemonía comunicacional: no puedes escuchar ni ver los canales que te gustan. Los altos impuestos aeroportuarios: si tienes para el boleto te quedas sin nada para cuando llegues a tu destino y ahora más recientemente los CLAP: no tienes derecho a la alimentación si antes no te has registrado en el Consejo Comunal, debes sacar un carnet, sin ese carnet, no te venden la comida. El pan hay que comprarlo a determinadas horas porque si no, NO HAY NADA DE PAN, reza en los letreros de las panaderías. Y esto último recuerda al poeta Ramírez Requena en los siguientes versos: Terminas la cerveza y te levantas/ dejas el dinero/ y haces que vas al baño. “No hay agua” dice/ el letrero/Bajas la cabeza y al salir, sabes que nadie te mira/Como si no pertenecieras ahí, y no hubieras/ bebido y pagado tu cerveza.
El insilio más que ostracismo, implica un sentimiento de pérdida, es la sensación de no pertenecer a ese mundo impuesto, es no encajar en los esquemas y sentirse excluido dentro de su propio territorio, es pues, sentirse tragado como los hijos del padre Saturno.
Si el exilio se caracteriza por la nostalgia, al insilio lo marca el silencio. Todo insiliado entra en la mudez, porque todo lo guarda en un túnel insonoro. Sin embargo, el silencio es también un discurso. El discurso del aguante, de la olla de presión, de la bomba de tiempo, de la rabia contenida.
El insiliado es una suerte de extranjero en su propia tierra sin visa ni pasaporte, no tiene permiso para trabajar, para comer ni para dormir. Su meta es poder llegar al otro día, sobrevivir a las horas, al hambre, a la indiferencia.
El único amigo del insiliado es el tiempo que a la vez, es su enemigo más feroz. A través del tiempo se permite tener la esperanza de un futuro mejor, hasta que se da cuenta de que la esperanza es solo una hermana pobre de la fe y que para tener fe hay que comer, estar saludable y tener bienestar. El tiempo se convierte asimismo, en angustia, porque es él, quien muestra las arrugas del sistema, el deterioro de las instituciones. Todo se corroe, no hay remedios, ni en la farmacia, ni para la vida; la muerte, es el destino más seguro.
El insiliado es la comprobación de la teoría Foulcautiana: “el poder atraviesa el cuerpo para someter al individuo”; por eso la escasez de alimentos, de medicinas, los cortes de electricidad, las fallas de agua. NO HAY parece ser la consigna. El mismo letrero en abastos, hospitales, oficinas. NO HAY se ha ido tatuando en el ADN de los venezolanos. NO HAY es la prisión, el destierro, el insilio.
Francia Andrade / Tomado de www.guayoyoenletras.net