Las distorsiones y contradicciones en una de las economía más golpeadas y arrasadas por la corrupción y el saqueo causado por dos décadas de gobierno socialista – militarista, que han arruinado por completo el aparato productivo, se hacen patentes con el fabuloso negocio de las importaciones de ciertas exquisiteces a las que tienen acceso los ricos ‘boliburgueses’ y otros que por diversas razones se acostumbraron a «vivir bien».
Al punto que algunos se dan el lujo de pagar más de US$2.000 por un kilo de carne importada de Japón, tal como lo reseña este trabajo periodístico de la www.bbc.com.
Es una de las caras exquisiteces que pueden encontrarse en este mercado de la zona de Las Mercedes, tradicionalmente una de las más acomodadas de Caracas.
Vinos gran reserva de España y Chile, jamones ibéricos a US$150, fina pasta italiana y aromáticos quesos suizos adornan los anaqueles de un negocio difícil de imaginar en la Venezuela de la crisis.
En un país golpeado por la escasez de alimentos y medicinas y en el que, de acuerdo con las cifras de Naciones Unidas, más de 7 millones de personas necesitan ayuda humanitaria, cada vez hay más tiendas que se dedican a la venta de artículos importados, algunas delicias gastronómicas de alto coste.
Los habitantes de las principales ciudades venezolanas han notado su proliferación, de la que da fe Kismer Pérez, contable de una empresa que produce una bebida de arándanos y que ahora tienen en los llamados «bodegones» de importación a algunos de sus principales clientes.
«Han caído muy bien entre el público y ahora mismo representan el 40% de nuestro mercado», señala.
Uno muy concurrido en la capital venezolana se ubica en la planta baja del lujoso hotel Eurobuidling.
Las existencias se agolpan en sus estrechos pasillos, por los que resulta difícil moverse a las horas de mayor afluencia de público.
Como sucede en cada vez más negocios de Venezuela, muchos clientes pagan en dólares.
Una mujer que prefiere no ser identificada explicó a BBC Mundo por qué acude asiduamente a este comercio.
«Aquí uno encuentra los caprichos que no hay en los mercados normales».
Los «caprichos» no son solo delicias propias de la alta gastronomía, sino mayoritariamente artículos de consumo más extendido, como la crema de cacao que fabrica una compañía de fama mundial.
Lo que más sorprende es su precio: aquí un bote de este producto cuesta US$15, muy por encima de su precio en los supermercados de Estados Unidos.
También hay chocolates, mermeladas, perfumes, desodorantes, licores, caramelos…
Todo con un denominador común: viene del extranjero.
«Venezolanos de viaje»
«Esta es una sociedad en la que mucha gente ha estado durante años acostumbrada a viajar a Estados Unidos, sobre todo a Miami, y esa gente quiere tener aquí lo que podía comprar allí», explica Federico, que después de años al timón de una empresa de impresiones ha visto en esta demanda insatisfecha una oportunidad y ha unido esfuerzos con unos socios para poner en marcha su propio «bodegón».
El suyo, del que no quiere dar su nombre por temor a represalias de las autoridades, es virtual, como muchos de los que empiezan ahora. Publicita su oferta a través de Whatsapp y, sobre todo, Instagram.
«Hoy en Venezuela casi todo se vende por Instagram», afirma.
Desde que el pasado enero arrancó con un primer lote de productos importados de Estados Unidos, las cosas han ido viento en popa, cuenta.
«Vendemos unos US$1.000 diarios y en cinco meses hemos superado las expectativas de todo el semestre», cuenta.
Calcula que actualmente importan unos 2.500 kilos de mercancías de Estados Unidos al mes.
Él, como muchos de los que se han embarcado en esta por ahora lucrativa aventura, compra sobre todo en almacenes mayoristas estadounidenses y trae sus contenedores a través de los extendidos servicios de compañía puerta a puerta.
Esto le evita complicaciones con las autoridades migratorias venezolanas. «Ellos (las compañías puerta a puerta) saben a quién le tienen que pagar y por qué», dice. Y le está permitiendo operar con un margen de beneficio de aproximadamente el 27%.
«Nosotros vendemos cada frasco de crema de cacao por US$7 y a cada uno le saco US$2».
Los supermercados de importación no solo son cosa de la élite.
El que regenta hoy Richard (no quiere dar su apellido) en la zona de Macaracuay, en Caracas, nació como un pequeño negocio de alquiler de DVD.
Pero en 2016, siguiendo los consejos de un amigo, empezó a traer cosas de Panamá para venderlas.
«Como nos iba bien, decidí reformar el local y ampliar la zona de venta», que terminó arrinconando a los estantes en los que aún hoy resisten unas pocos películas.
«La gente piensa que aquí solo vienen los ricos, pero entra gente de toda clase».
Richard dice que tiene ahora proveedores de Estados Unidos, México y Turquía, y busca socios para empezar a traer ropa de las firmas de moda españolas. Las conversaciones con sus clientas le han convencido de que ahí otro potencial filón.
El dólar en Venezuela, clave
Pero, ¿cómo es posible que en un país en el que la economía se redujo casi a la mitad en seis años y que vive lo que el Fondo Monetario Internacional ha descrito como «una de las peores crisis económicas de la historia» muchos hayan encontrado en la importación su gallina de los huevos de oro?
El economista Henkel García, de la firma de análisis Econométrica, apunta a varios factores.
«En Venezuela hay una escasez de oferta, falta variedad, así que, quien puede, está dispuesto a pagar un sobreprecio por lo que quiere».
Además, resultado de una de las muchas anomalías de la economía venezolana, en el contexto de la hiperinflación que vive el país, «los costos internos se han elevado tanto y la productividad es tan baja que resulta más barato importar que producir», explica García.
El jabón, los refrescos edulcorados, la leche para bebés o los pañales son algunos de los artículos, que, dado que apenas se producen en Venezuela, se obtienen a precios más económicos fuera, incluso aunque haya que sumar el coste del envío.
El gobierno de Nicolás Maduro también está favoreciendo el fenómeno con la política económica que ha seguido en los últimos meses. Aunque, ante el silencio oficial, resulte imposible saber si lo hace deliberadamente o no.
Por: Guillermo D. Olmo
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